El 2020 nos obligó a desarrollar nuevas habilidades en tiempo récord: ¿cómo nos afecta esto en cara al 2021?
El nuevo año se despliega ante nosotros como hijo directo de su predecesor. El 2021 inicia bajo esta “nueva realidad” ya extendida y asentada a lo largo y ancho del mundo. El estado anterior quedó lejos y las habilidades que tuvimos que desarrollar para atravesar el 2020 se instauran con fuerza prometiendo quedarse aún más allá de “la vuelta a la normalidad”.
Que se regrese o no a un mundo sin barbijos pasó a ser un factor secundario a la hora de pensar la manera en que nos manejamos en el ámbito laboral. Muchas de las habilidades que se nos exigieron para surfear el golpe de la pandemia vinieron para quedarse y anuncian un futuro más humano y colaborativo.
El cambio fundamental se dio a partir de la invasión del mundo del trabajo en los espacios antes destinados exclusivamente a lo personal. El home office generalizado puso en jaque la manera en que manejamos nuestro tiempo, desafió nuestra capacidad de establecer límites y nos obligó a ser conscientes de nosotros mismos para saber identificar nuestras necesidades y preservarlas. En resumidas cuentas, trajo al SER al frente y por sobre el HACER.
No somos máquinas de producción, somos seres humanos que hacen una variedad de cosas distintas que nutren nuestra vida y aportan a la sociedad, entre esas actividades se encuentra el trabajo. Ningún trabajo puede llevarse a cabo de manera genuinamente positiva si el ser que lo lleva a cabo no se siente pleno. Ahora bien, esa plenitud no es exigirnos una felicidad infundada 24/7, esa plenitud consiste en actuar de manera coherente con nuestro ser, de manera alineada, respetando lo que nos pasa interiormente. La manera de lograr esto es lo que se nos habilitó como conciencia durante el 2020.
Los líderes de todo tipo de organizaciones destacan la capacidad de escucha y la empatía como algunas de las habilidades que vinieron a transformar la manera en que nos vinculamos en el trabajo.
Un líder tiene que ser capaz de prestarse atención y escucharse a sí mismo primero para poder extender ese espacio después a los otros. En esta escucha es importante que sea sincero consigo mismo y que no juzgue ni censure lo que encuentre para, de nuevo, no juzgar ni censurar a los otros después. Reconocer “el punto de partida”, ese estado en el que nos encontramos, el cómo nos sentimos, es fundamental para establecer planes de acción alineados con las verdaderas posibilidades del equipo, objetivos coherentes y realistas, a la vez que logra hacer que todos nos sintamos vistos e importantes, por ende más vinculados y comprometidos.
Ahora bien, para poder realizar este trabajo de introspección necesitamos tiempo. Tiempo para nosotros mismos y tiempo para el otro. Ninguna conexión humana genuina puede darse en una conversación superficial de 5 minutos; el “hola, ¿cómo andás?” se estableció como saludo generalizado y nunca logra respuestas sinceras. Un líder dispuesto a conectar tiene que mirar su agenda contemplando estos espacios como igual de necesarios que la reunión de hora y media con el cliente más importante de la compañía. Es a partir de esos encuentros que tanto talentos y disposiciones como obstáculos y dificultades podrán identificarse para tratarse de manera directa en pos de resultados positivos colectivos.
Pregonar con el ejemplo parece ser la modalidad que, en este nuevo territorio, garantiza el bienestar general de los equipos.
Un líder que escribe o llama a deshoras, que no respeta su momento para almorzar y prioriza el trabajo constantemente por sobre la familia, por ejemplo, puede producir estrés, ansiedad y angustia en sus colaboradores que intentarán seguir el mismo ritmo. En cambio, un líder que admite su necesidad de tiempo personal y es capaz de poner un límite sano ante las exigencias laborales y lo muestra a su equipo, logrará que ellos entiendan que está bien hacerlo, desembocando en un equilibrio armónico entre la vida personal y la laboral.
Trabajar por objetivos y admitir esta nueva distribución del tiempo más “hecho a medida” pueden ser las fórmulas del éxito. Roles claros y un propósito definido también aportan claridad y tranquilidad, infunde confianza y autonomía; si sé qué es lo que tengo que hacer y por qué lo hago, me sentiré motivado y responsable de llevar a cabo mi función de manera efectiva para contribuir al desarrollo general de la organización. Qué importante es esta dinámica en este contexto en el que todos nos encontramos separados y aislados en nuestras casas.
A fin de cuentas, resulta evidente que las habilidades imprescindibles para no solo sortear sino también prosperar bajo este contexto son todas aquellas vinculadas con el ser humano y sus necesidades contempladas de manera integradora. Escuchar, empatizar, respetar, delegar, infundir confianza y luego reconocer y celebrar el trabajo bien hecho son funciones que todos debemos llevar a cabo de manera personal para poder trasladarlas y “ejercerlas” también sobre los demás. Este tipo de trabajo humano es lo que garantizará vínculos más sólidos, un compromiso más genuino y resultados más positivos.